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La huerta como lugar de encuentro

En Octubre del año 2017 comenzó a habilitarse como huerto un sector del Centro Patrimonial que estaba sin uso. Un grupo de funcionarias/os de la Biblioteca Patrimonial (BPRD), Centro Nacional de Conservación y Restauración (CNCR), Sistema Nacional de  Museos (SNM) y del Museo de Artes Decorativas (MAD), apoyados por el agrónomo Marcel Constantinescu, de manera voluntaria empezaron a recuperar un territorio que estaba abandonado y se sembraron: zapallos, tomates, ajíes, acelgas y berenjenas; los que fueron cosechados durante el verano.

Durante los meses de Diciembre a Febrero se realizó una campaña de recolección de herramientas entre los mismos funcionarios y  se empezó a generar un compromiso hacia el espacio, organizando turnos de riego diario, jornadas de trabajo y encuentros de cosecha.

Cabe mencionar que este espacio fue utilizado por muchos años con fines hortícolas, por los frailes dominicos que habitaban el convento, por lo que fue muy fácil que las semillas recuperaran la memoria de la tierra y crecieran rápidamente las hortalizas.

La vida del convento fue sumamente serena, llena de aprendizajes y sabiduría. La calma que contempla el lugar está estrechamente relacionada con la conexión que existía entre los religiosos y la naturaleza; sin ir más lejos, la palabra Recoleta viene del latín y significa recogimiento.

En el antiguo convento existieron seis patios: el delantero, el de los claustros, el del sagrado corazón, el de los novicios, el de los estudiantados, el de la virgen y el patio de la huerta, lo que da cuenta de la importancia que poseía la naturaleza en el entorno de los religiosos, quienes además, poseían una huerta individual privada a las afueras de sus habitaciones, las que debían proteger y cuidar personalmente.

Volviendo al presente, podemos documentar que luego de un par de meses de trabajo y una vez realizadas las primeras cosechas, se solicitó colaboración al Comité Paritario de Higiene y Seguridad, con el objetivo de que este lugar se instaurara como un espacio de distensión y comunidad, que fuera en beneficio de la salud física y mental de funcionarias/os; ya que está comprobado el beneficio que tiene el contacto directo con la naturaleza y la tierra. Además, se constituyó como un espacio para compartir con compañeras/os de trabajo en otro contexto, lo que ha permitido mejorar las relaciones laborales.

Como este proyecto nació de voluntades y sin recursos financieros, se comenzó a gestionar la venta de las primeras cosechas para hacer crecer el espacio y poder comprar semillas y materiales para construir nuevos bancales. Fue así que los zapallos, limones y acelgas se convirtieron en los impulsores de nuevas siembras, que en el invierno de este año se han convertido en plantas de habas, acelgas, lechugas, kale, cilantro, ajíes, ciboulette y  zanahorias.

Desde el año 2019 se extiende formalmente este espacio para el desarrollo de actividades educativas y se realizan talleres orientados al cuidado del medio ambiente.

 

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